BLOGS DE JOAQUÍN JOSÉ FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ

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Elvis en concierto en el Hotel Internacional de Las Vegas en 1969

Elvis cantando "Hound Dog" en el Milton Berle Show de la NBC en 1956

Elvis interpretando "If I Can Dream" en el trascendental especial "Elvis" para la NBC en 1968

domingo, 2 de octubre de 2011

EL ABRAZO CIEGO: ELVIS Y LA NIÑA DE NORFOLK


[Dedico esta entrada a un muy buen amigo de mis padres y mío, que siempre que me ha abrazado, me ha estrechado con fuerza con los brazos de su alma]

Justo al comienzo de la película documental “Elvis On Tour” (estrenada originalmente en cines en 1972 y reeditada con imagen y sonido considerablemente mejorados en DVD en 2010), durante un concierto en San Antonio (Texas), el cómico que realizaba un monólogo humorístico como preámbulo a la actuación del cantante pronuncia la siguiente frase: “Elvis has been in fifteen different cities in fifteen nights, and he’s not running for President” (“Elvis ha estado en quince ciudades diferentes en quince noches, y no está en campaña para la Presidencia”). Detrás de las palabras del cómico se esconden las enormes dosis de esfuerzo y exigencia que caracterizaban las giras de conciertos de Presley en la década de los setenta. El frenesí y las prisas por cumplir con el apretadísimo calendario de actuaciones eran tales que, viendo el documental, tiene uno la impresión de que Elvis prácticamente no llegase a tocar físicamente el suelo de las ciudades donde cantaba: llegaba en su avión privado al aeropuerto de madrugada, ya que la noche antes había actuado en otra ciudad; era introducido en un coche que lo trasladaba a un hotel; tras unas horas de descanso allí y ya vestido para la gala, entraba de nuevo en el coche, que lo llevaba literalmente hasta el interior del lugar del concierto; al bajar del coche, era rodeado por los miembros de la famosa Mafia de Memphis, que hacían labores de guardaespaldas y que únicamente lo dejaban solo una vez estaba arriba en el escenario. Como puede deducirse de la secuencia de hechos aquí descrita, el contacto físico de los fans con Elvis era prácticamente inviable: quizá algún fugaz y leve contacto de manos en los metros que iban desde la puerta del hotel hasta la del coche. Durante el propio concierto, un cordón policial precedía al dispositivo de seguridad particular del artista, tratando de blindar completamente el escenario. Al final de la actuación, la práctica habitual era la siguiente: una vez concluía su último tema, Elvis abandonaba el escenario mientras sus músicos continuaban en él tocando para dar la impresión de que vendría un bis, cosa que nunca se producía, puesto que mientras el público permanecía expectante sin moverse de sus localidades, el cantante era introducido en el coche y abandonaba el edificio (el famoso “Elvis has left the building”) a toda velocidad. En el DVD al que he venido aquí refiriéndome, puede verse incluso una escena de lo más curiosa: al final de uno de los conciertos de la gira de abril de 1972, Elvis y sus colaboradores más cercanos corren por un pasillo interior del pabellón de deportes donde ha actuado; de pronto, al fondo puede verse a una masa enfervorecida de fans que no ha picado en el señuelo del posible bis y que corre frenéticamente tratando dar caza a su ídolo. En ese momento, la policía hace su aparición para interponerse entre ambos grupos de corredores y accionar una reja de barrotes de hierro que baja desde el techo al suelo para cerrar el paso por el pasillo a los esforzados perseguidores del cantante. En esto consistían, pues, básicamente los tours de conciertos de Elvis en los setenta. Es por ello que la historia que narraré a continuación pueda sorprender sobremanera. El 20 de julio de 1975, Elvis estaba dando un concierto en la ciudad de Norfolk (Virginia). Desde la esquina del escenario por la que se movía en un momento del mismo, el cantante pudo ver cómo justo en la esquina opuesta se encontraba de pie una niña pequeña, de unos 5 ó 6 años de edad, con la que, presumiblemente por ser una niña, los cordones de seguridad habían sido especialmente condescendientes. De inmediato, Elvis se dirigió hacia ella cruzando todo el escenario. Al llegar a su proximidad, se agachó y apoyó una rodilla en el suelo para ponerse a su altura. Fue en ese preciso instante cuando se percató de que la niña era ciega –en concreto, de nacimiento. Profundamente emocionado, sin duda, la abrazó y la estrechó con fuerza contra su cuerpo y, según recuerdan aún los numerosos testigos del hecho, niña y cantante permanecieron abrazados primero y cogidos de la mano después unos dos minutos, tiempo durante el cual Elvis no dejó de hablar a la pequeña, aunque manteniendo alejado el micrófono de su boca de modo que no trascendiese el contenido de sus palabras. Tras besar uno de los pañuelos que solía regalar al público en un ritual recurrente de sus directos, acarició suavemente con él la cara y los ojos de la niña. Hecho esto, Elvis retomó su actuación y la inesperada visitante del escenario fue devuelta a su lugar entre el público. A las alturas de 1975, los conciertos de Elvis que se celebraban dentro de las fronteras físico-sentimentales de Dixieland hacía ya tiempo que habían devenido en jubilosas ceremonias de auténtico mesianismo sureño. Elvis, el hijo pródigo salido del pobre y profundo Sur, descendía siempre de los cielos en su avión privado y entraba triunfante en las Jerusalenes del “Bible Belt” (“Cinturón Bíblico”); en un momento del documental de 1972, puede incluso verse a un alcalde explicar que la venida de Elvis era el evento más importante que había acontecido en su ciudad en largo tiempo. Una vez en la ciudad, Elvis reunía en torno suyo a una inmensa congregación de fieles de todas las edades (abuelos, padres e hijos asistían juntos a sus conciertos) y los transportaba a un verdadero éxtasis sureño-espiritual cuando derramaba su alma sobre el escenario al entonar delicadamente, cual piadosa oración, las conmovedoras y a la sazón autobiográficas líneas de “Dixie”, el famoso himno de batalla del ejército confederado durante la Guerra Civil: “I wish I was in the land of cotton (…) Dixieland, where I was born early on a frosty morn” (“Ojalá estuviese en la tierra del algodón (…) Dixieland, donde nací temprano una helada mañana”). No es de extrañar pues que Bobbie Ann Mason, autora del libro “Elvis Presley” (2007), llegue a afirmar en su profundo estudio psicosocial del fenómeno lo siguiente: “Al final del espectáculo, cuando extiende su capa de águila estadounidense, con las alas del ave en su espalda totalmente estiradas, adopta una figura divina”. En el caso concreto del concierto de julio de 1975 en Norfolk, y su especial encuentro con la niña ciega durante el mismo, en no pocas mentes de los presentes resonarían quizá con un significado renovado las célebres palabras bíblicas: “Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino” de Elvis, claro, llegándose incluso a albergar en algunos de los corazones, llevados por la euforia del momento, la remota posibilidad de un milagro cuando el Mesías Presley posó el mágico algodón sureño de su pañuelo sobre los párpados de la pequeña. Siendo todo esto tremendamente revelador de la singular dimensión que las apariciones en directo de Presley habían adquirido en el tramo final de su vida, quiero quedarme más bien en estas líneas con el lado profundamente humano del episodio de la niña de Norfolk, con la inmensa emoción que cantante y niña debieron de sentir durante los eternos segundos que duró el abrazo ciego entre sus almas: ceguera inevitablemente permanente en el caso de la niña, que nunca había visto ni vería la imagen física de Elvis pero sí pudo sentir la estrecha cercanía de su cuerpo y de su voz, y ceguera transitoria la de la estrella de rock, que en ese momento no parecía ver con los ojos de su cara sino con los de su corazón, como deja bien a las claras su mirada perdida recogida en la histórica foto de Rosemarie Leech, una mujer que asistía al concierto y que nos legó con su cámara un instante eterno que sólo puede ser medido –con palabras del escritor gallego Manuel Rivas- en “unidades de emoción”.


Elvis Presley: The First Time Ever I Saw Your Face

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